Juan Valera consideraba que el arte no tiene ningún objetivo, atacó tanto a los románticos como a los naturalistas y nunca se adscribió al movimiento simbolista, que bajo la insignia de l´art pour l´art intentaba renovar el arte en el cambio de siglo. Su escritura sencilla, llena de pinceladas detallistas y apuntes objetivos –que le alejan de los románticos– y su meticuloso análisis de los personajes –que le acerca a Stendhal y Flaubert–, está en Pepita Jiménez (1873) –obra maestra de la novela española del XIX–, al servicio de un joven seminarista que cuelga los hábitos por una joven viuda de veinte años a la que corteja su padre.
PEPITA JIMÉNEZ La mejor obra de Valera es, sin duda, Pepita Jiménez (1874). Su originalidad reside, en primer lugar, en el tono epistolar inicial (con un epílogo de narración directa). Los puntos de vista se entrecruzan; la estructura está muy bien cuidada.
El personaje de Pepita Jiménez está magistralmente trazado, hasta el punto de ser uno de los caracteres femeninos mejor logrados de la literatura española. Por otra parte, la evolución interior de Luis de Vargas también está descrita con un realismo psicológico muy fino, ya que el autor analiza con sutileza los sentimientos del personaje.